Vistas de página en total

sábado, 21 de mayo de 2011

Un clavo no saca otro clavo, sólo hace el agujero más grande.

Se le salía el corazón por la boca. Las palabras se atrancaban porque eran demasiado débiles, se estaban hartando de finguir, el mundo había dejado de dar vueltas hacía ya un tiempo. Nada hasta el momento la había desconcertado tanto. ¿Por qué huir? ¿A dónde? Si nada podía aplastarla ya más. Los segundos inertes acumulados en su memoria formaban imágenes que se debatían por salir a flote, empujados hacia arriba por esa marea de lágrimas insaciables, interminables.
''No puedo verte entre tanta agua, no puedo respirar sin ahogarme''. Y seguía ocurriendo, una y otra vez, cada noche, daba igual que se notase o no, por dentro todo la quemaba, todo la repelía, una mirada, un roce de manos, abrir los ojos cada mañana casi la hacía vomitar. Los días eran copias unos de otros, la fotocopiadora universal se había propuesto que así fuese, y copiaba e imprimía todo aquello que ella no quería volver a ver. Todo lo que la hundía en el barro hasta las rodillas y la manchaba de recuerdos. Estaba atascada en ese ''podría'', en esa condicional que quería pero que no podía ser. Estúpidos verbos. Le pegó una patada a la mesa y calló de lleno al suelo, con todo lo que tenía encima. La rabia dio lugar a los gritos, que se acumularon en la almohada haciéndose cada vez más pesados.
Cada noche, aquel montón le doblaba el cuello y no la dejaba dormir, se levantaba con dolor y tenía que limpiar la amohada como si fuese un paño húmedo. Aquel enorme monstruo de los recuerdos se abalanzaba sobre ella y le apretaba el pecho, con fuerza, aplastandola hasta el fondo del colchón, retorciendo sus sábanas. Nada podía pararlo. Y así seguiría, durante mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario