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miércoles, 18 de junio de 2014

Como las olas

Si yo quisiera, diría que eres como las olas.

Como las olas, heridas constantes que desgarran la arena, llevándose una parte de sí a lo más profundo del mar. Como las olas cuando rugen furiosas y se lanzan contra las rocas que, impasibles, achacan cada golpe con admirable fiereza. Como las olas, temibles e intrépidas, a ratos dolor que sobre mi piel se queja, a ratos remanso de paz cristalina y quieta.
Como las olas que se asemejan a tus intentos y desintentos, a tus manías y a tus derroches, al crecer y al descrecer. Como las olas, así eres tú.
Como las olas limpias que rompen sobre mis piernas para más tarde volver. Y a cada vuelta, regocijo y carne abierta en mis profundidades, y a cada ida, de nuevo silencio y espera sobre el abismo, deseando la caida, temiendo el golpe.

Como las olas, si yo quisiera, diría que eres.

Como las olas
Pum, pum, pum

Gritos profundos cuyo eco retumba, el hablar de sus aguas, el frío de sus secretos.

Pum, pum, pum
Golpes constantes.

Como las olas, si yo quisiera, diría que eres.
Como las olas, cuyos cuerpos se asemejan a lomos de caballos que trotan con agigantados pasos, y en cuyas crestas relinchan con profundo quejido, y en cuya espuma conocen su final, esparcido sobre la playa, lugar de nuevos comienzos.

Como las olas te encuentro cada vez que quiero, siempre en el mismo lugar, recreándote en tus interiores abrasados con lo que maldices y anhelas. Como las olas, atado al mar, atado a tí. Como las olas te asumo y así me entrego a tus derroches sin esperar nada a cambio, para deshacerme contigo en tus fatales desenlaces.
Como las olas, perdición de tantos, encuentro y redención. Así te admiro, como las olas que son temidas y que se guían por los instintos del mar finalizando su trayecto en mí.

Como la olas te intuyo,
Como las olas te pienso.
Como las olas, si yo quisiera, diría que eres.

lunes, 3 de marzo de 2014

El arte de morir en paz

¿Inmutable yo?
Mi cielo se trastorna; es gris; es penumbra.
Mis ojos te contemplan loco
(Casi delirante)
Con la sonrisa más pura que jamás se haya visto.
La nubes ya no son cuentos que poder adivinar,
Sus historias se nos negaron hace tiempo.

Y en cambio aquí, ahora, en éste instante:
Te deleito.

Mis horas, mal calculadas, son la promesa incierta de un porvenir más llevadero,
Se derraman sobre cada pálpito
(Que ya no es tuyo, ni mío).
Y la saliva que antaño quisiste,
La de los sabores infinitos,
Hoy se torna insípida.

Y en cambio aquí, ahora, en éste instante:
Te anhelo.

El viento ruge,
Se lleva tus flores recíen bañadas en agua de mis ojos,
Pero yo no le tengo miedo,
Ya se llevó de tí hasta el respirar,
Ya se ensañó en tus venas, en tus manos, en tu cuerpo antaño tan lleno de vida.
Los días corren, corren muchísimo,
Y sin querer, algunas noches, se me ha olvidado soñar.
Tengo las manos agrietadas por el frío,

Y en cambio aquí, ahora, en éste instante:
Te presiento.

La lluvia limpia y calma cada murmullo del Sol,
Ella colorea tu cielo, allí arriba,
En lo que aquí transcurre como un Infierno de soledad.
Y he de confesarte que casi tiemblo al pisar tu tierra,
Tan muerta,
Casi te inundo de dolor y sal,
Al punto de que casi me arrepiento.

Pero en cambio aquí, ahora, en éste instante:
Todavía te recuerdo.

La melancolía y sus frutos

Es un hecho comprobable que, si se mira por la ventana en los días de lluvia inquieta, se puede detectar perfectamente un tipo de melancolía que aparece siempre con ella. Frecuente o no, ésta sólo se percibe con la suficiente atención y calma, puesto que su efímera manera de manifestarse es producto de la timidez que la acompaña. Y, aunque tenue, cualquiera que se pare a observarla también comprobará lo intenso de su caída. Nada que ver con esas tardes de verano abrasador en las que las ideas se derriten con espantosa lentitud y se ralentizan tanto los sentidos que lo único que provocan es desesperación y ansias de salir huyendo.
Quien ignore este sentimiento, que en definitiva, más que sentimiento es un estado de ánimo, hará bien en permanecer en su ignorancia si pretende esquivar el peso que éste atribuye al alma.
Perdónenme si, en mi pequeña introducción, he olvidado mencionar el nombre concreto de la melancolía de la que hablamos. A mí personalmente, me gusta llamarla 'insano golpe de caos'. 
Procedo, dicho ésto, a su explicación.
En primer lugar, estará de acuerdo conmigo todo aquel que la haya sentido en su fuero interno alguna vez, todo el que haya tenido la suerte (o la desgracia) de verla nacer, caer y autodestruirse para más tarde renacer de nuevo, que se la puede tachar de insana sin ningún reparo, pues ocurre casi siempre que, pasado un tiempo de su observación directa, se sigue deseando con fuerza volver a envolverse en su desidia reparadora y letal. Se asume, cualquier día, en cualquier momento, que dicha melancolía es necesaria para la existencia venidera como si su propia muerte provocada sea razón suficiente para desear nacer de nuevo. Y ésto, repito, cualquiera que lo haya sentido, no negará que se convierte en una sensación adherida al espíritu desde el instante en el que se la percibe por primera vez. Insana, como una droga, que hace perder la razón a todo el que osa probarla. Insana, en definitiva, porque su propia forma y movimiento anulan sin vuelta de hoja nuestra capacidad de decisión, sometiéndonos de manera eterna e irrevocable a su afilado peso de cuchilla.
Seguidamente, podríamos hablar de golpe y de caos, dos palabras unidas a la anterior en perfecta desarmonía. Golpe, principalmente por su caída sobre el alma y el entendimiento, y caos, por el efecto que el propio golpe produce.

Y bien, establecido el significado del nombre concreto que le atribuímos a este tipo de melancolía, podremos proceder a comprobarlo en la propia carne. Aunque, me reitero, nadie en su sano juicio desearía por nada del mundo caer en la trampa que ésta sensación supone, tan dulce y tierna en sus comienzos, tan inofensiva en apariencia, y tan letal cuando consigue atrapar a sus víctimas. Y es que nuestro insano golpe de caos se alimenta gracias a las personas que lo sufren, y que confunden la sensación de paz con la mezcla de regocijo e inquietud pesada que éste produce.

Os lo dice una que se pierde en sus abismos cada vez que escucha y observa las gotas de lluvia caer, cuando huele a tierra mojada, cuando pasea solitaria y se camufla en sí misma bajo la apariencia de normalidad que se espera descubrir en su presencia. Os lo dice, una que ya está perdida.

viernes, 23 de agosto de 2013

A veces.

A veces tú, y a veces la vida que se vuelve loca.
A veces ausencias, malditas y quietas.
A veces se olvidan, a veces soy yo.
A veces son los ojos de las estrellas que nos miran,
y a veces es tu piel, entera, tan tuya.
A veces me equivoco.
A veces no sé parar.
A veces, sólo a veces, te pienso incansable y frío.
A veces (casi siempre, sin pensarlo), lo dejo estar.
A veces se apelmazan los dolores y se cansan,
aunque otras veces se escurran, inquietos.
A veces ellos.
A veces nosotros.
A veces la propia carne se hace cañón y aniquila mañanas,
a veces no es más que polvo al despertar.
A veces tu vientre, mis manos inmunes al tacto y al goce.
A veces te siento, tan cerca, que a veces...
A veces lo tibio se esconde; a veces tú.
A veces vosotros.
A veces no hay días en los que rebañar cariño,
y a veces nos sobran besos.
A veces volamos, a veces caemos,
a veces, sin pudor, reventamos.
A veces no tenemos remedio,
ni pausas,
ni tiempo,
ni ganas;
y en cambio a veces, tan sólo a veces, (tan sólo unos pocos), lo consiguen de verdad.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Drogas que nos saben a gloria y un sin fin de desastres que ya no solo agotan, sino que enganchan y se deslizan por nuestras venas como auténtico alcohol. Cuanto más duelen, cuanto más aprietan, más queremos, más pedimos y no sabemos parar. Se nos descontrolan los límites que habíamos propuesto no traspasar, y seguimos arruinándonos por dentro, sucumbiendo a ese caos que nos deleita.

sábado, 4 de agosto de 2012

Good morning

Temprano, ardiendo desde por la mañana, los ojos flamean en llamas. Si te descuidas, quemo. Quince segundos para decidir si el sueño podrá conmigo una vez más o pondré pies en tierra, para ver el mundo despertarse. 
Amanece pulcro, limpio, con un cielo raso y algo de frío que despida a la noche.

lunes, 23 de julio de 2012

Laisse Saigner.

Tenía las manos incandescendes, en ascuas, y los puños sedados para que no pudiesen arder. Le dijeron que así nadie se contaminaría con su fuerza ni acabaría herido. Le dijeron que de esta forma, a su vez, se acelerarían los días, se despejarían las dudas, se entendería a sí mismo. Tantas cosas le dijeron... Le hablaban de curas inexistentes, envueltas en plata y buenas palabras. Envueltas en él, en su carne de cañón y sus noches incompletas.
Y yo le pedía: ''enrédate con mis horas como una hiedra que trepa y me atrapa, enrédate para que las ausencias no se me amontonen sobre los ojos. ¿No los ves dilatarse, amor? Para que su locura no nos toque. Y lléname de prosa, prosa pa'aliviar el dolor y darle algún sentido. Prosa en la que aullar en silencio tus miserias, que mías son, y envolverlas con un manto tenue de tranquilidad.''

Paz, paz, paz... alíviate conmigo.