Vistas de página en total

martes, 31 de mayo de 2011

Ella.

Soledad. Que se deshace entre mis dedos pero no me deja marchar. La miro mientras se desnuda frente a mí, absorta en sus pensamientos, tan efímeros; deja caer capas y capas de su disfráz, que la acaricia al compás de sus movimientos, que en nada se asemeja a ella, tan bella, tan fuerte y duradera. Con esa mirada cansada suya que no me deja vivir. Me invade por los rincones lentamente, serena y paciente, olvidada del mundo, y se instala en mis recovecos sin saberlo siquiera. O quizá si lo sepa, quién sabe. Deja que su pelo caiga en cascadas sobre su espalda y sus senos, al tiempo que se agacha y, tal vez arrepentida, con un suspuro se vuelve a levantar. Y me sonríe, tranquila y segura, con esa sonrisa suya que no me deja estar. Con esa que hace tanto tiempo me magnetizó y me tiene atrapado en su vaivén de sensaciones. ¿Quién querría salir de aquí? De ese murmullo tan eficáz que es ella, sus movimientos de labios cuando no dice nada, sus uñas malpintadas, toda su piel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario