Vistas de página en total

martes, 23 de agosto de 2011

Olores.

Mis estímulos están intactos, pero ya no creo en las casualidades. Si estás aquí no quiero verte. Si el mundo se hunde yo quiero flotar y bucearlo más tarde a ver que escondía. 
....................................................
Recuerdo las noches pasadas, las luces desde la ventanilla de atrás del coche que se esfumaban una detrás de otra, sin parar, todas iguales. Los collares que dominaban tu cuello se amontonaban unos encima de otros, ahogándote, pero tu te estirabas como un perro ansioso por salir de su correa y olfateabas el aire. Y así encontraste mi olor, sucio, apagado, una mota de polvo entre tanta.. casualidad. ¿De qué te sirvió en aquella ocasión? Lo positeaste y apartaste con asco. Yo te miré desde lejos y cuando todos se fueron, me acerqué despacio y lo recogí del suelo tan roto como estaba. Acariciándolo levemente, mis ojos se entornaron, oí tus tacones acercarse. Pasaron unos segundos hasta que te paraste frente a mi. Toda tú, piel y huesos, trozos de tela negra como tus ojos que se ceñían a ese cuerpo sin carne. Y yo te miré con desgana, alzando la vista hasta tu nariz, que seguía con su olfateo discreto, y tus ojos de piedra que rebotaban en mi cabeza. Que pena me diste en ese momento. Lo que habría dado por meterte en una bañera de agua helada, por amordazarte, atarte de pies y manos para que no pudieras escapar ni gritar, y lo que habría dado por meterme contigo, y haberte mirado fijamente, mientras el agua nos consumía, y dejábamos que nuestros olores su fundieran a distancia, de forma tenue y almizclada. 
Habrías olido a soledad y locura, a dolor, a burbujas y piel húmeda; quizá hasta tuvieses estragos de lo que un día fuí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario